sábado, 26 de abril de 2008

De vez en cuando un romance


EL CONDE SISEBUTO (Muñoz Seca)

A cuatro leguas de Pinto y a treinta de Marmolejo
existe un castillo viejo que edificó Chindasvinto.
Perteneció a un gran señor, algo feudal y algo bruto,
se llamaba Sisebuto, y su esposa Leonor,
y Gumersinda su hermana, y su abuela Berenguela,
y una prima de su abuela atendía por Mariana.
Y su cuñado, Vitelio; y Cleopatra, su tía;
y su nieta, Rosalía, y el hijo mayor, Rogelio.
Era una noche de invierno, noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa, noche atroz, noche de infierno,
noche fría, noche helada, noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura, noche infausta, noche airada.
En un gótico salón dormitaba Sisebuto
y un lebrel, seco y enjuto, roncaba en el portalón.
Con quejido lastimero el viento fuera silbaba
e imponente se escuchaba el ruido del aguacero.
Cabalgando en un corcel de color verde botella,
raudo como una centella, llega al castillo un doncel.
Empapada trae la ropa, por efecto de las aguas,
como no lleva paraguas viene el pobre hecho una sopa.
Salta el foso, llega al muro, la poterna está cerrada .
--Me ha dado mico mi amada -exclama- ¡vaya un apuro!.
De pronto algo que resbala siente sobre su cabeza,
extiende el brazo y tropieza con la cuerda de una escala.
--¡Ah!! -dice con fiero acento-. --¡Ah!!, -vuelve a decir gozoso-
--¡Ah!! - repite venturoso- --¡Ah!!... -otra vez y, así, hasta ciento-.
Trepa, que trepa, que trepa, sube, que sube, que sube ,
en brazos cae de un querube, la hija del Conde, la Pepa.
En lujoso camarín introduce a su adorado
y, al notar que está mojado, le seca bien con serrín.
-- Lisardo, mi bien, mi anhelo, único bien que yo adoro,
el de los cabellos de oro y el de la nariz de cielo,
¿qué sientes, dí dueño mío? ¿No sientes nada a mi lado?
¿Qué sientes, Lisardo amado?. Y él responde: --Siento frío.
--¿Frío has dicho? Eso me espanta. ¿Frío has dicho?. Eso me inquieta.
No llevarás camiseta ¿verdad?. Pues toma esta manta.
Ahora hablemos del cariño que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca. --Yo te quiero como un niño.
-- Mi pasión raya en locura. -- La mía es un arrebato.
-- ¡Si no me quieres me mato!. --Si me olvidas, me hago cura.
-- ¿Cura tú, ¡por Dios bendito!. no repitas esas frases
por jamás de los jamases. Pues ¡estaría bonito!.
Hija soy de Sisebuto desde mi más tierna infancia
y, aunque es mucha mi arrogancia y aunque mi padre es muy bruto,
y aunque cueste sinsabores y aunque se a lo que me expongo,
huyamos, vamos al Congo a ocultar nuestros amores.
-- Bien dicho, bien has hablado, huyamos aunque se enojen
y si, algún día, nos cogen que nos quiten lo bailado.
En esto un ronco ladrido retumba potente y fiero.
-- ¿Oyes?, -dice el caballero- es el perro que me ha olido.
Se abre una puerta excusada y, cual terrible huracán,
entra un hombre, luego un can, luego nadie, luego nada.
--¡Hija infame! -ruge el conde- ¿qué haces con este señor?.
¿Dónde has dejado mi honor?. ¿Dónde... dónde... dónde...?.
Y tú, cobarde villano, antipático, repara
cómo señalo tu cara con los dedos de mi mano.
Después, sacando un puñal, de un solo golpe certero
le clavó el cortante acero junto a la espina dorsal.
El joven, naturalmente, se murió como un conejo,
ella frunció el entrecejo y enloqueció de repente.
También quedó el conde loco de resultas del espanto.
¿Y el perro?... No llegó a tanto, pero le faltó muy poco.
Desde aquel día de horror nada se volvió a saber
del conde, de su mujer la llamada Leonor,
de Gumersinda su hermana, de su abuela Berenguela,
de la prima de su abuela que atendía por Mariana.
De su cuñado Vitelio, ni de Cleopatra su tía,
ni su nieta Rosalía ni de su hijo Rogelio.
Y aquí acaba la leyenda verídica, interesante,
estremecedora, infamante, trágica, horrenda,
que de aquel castillo viejo entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto y a treinta de Marmolejo.

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