martes, 22 de abril de 2008

Historias desde el mirador


La espera

Llovía tras los cristales y el agua resbalaba lentamente hacia el muro. Las hojas de los árboles habían ido cayendo, dejándoles desnudos, como un esqueleto. Y se habían ido acumulando en capas donde el agua golpeaba ruidosamente al caer sobre ellas. Ella miraba llover sentada en el alféizar lleno de polvo. El mismo polvo que cubría su pequeño sombrero, su falda y el suelo de la estancia.
Ella sabía que volvería. La necesitaba y su compañía siempre había sido fiel y continuada. El salón polvoriento permanecía vacío y las telarañas iban tapando los rincones. El sillón del abuelo seguía junto a la chimenea ofreciendo sus brazos de madera y ocultando su asiento de terciopelo rojo bajo el polvo.
Ella seguía mirando al otro lado de la verja del jardín, hacia el camino por el que ella volvería a buscarla. Sabía que nunca la abandonaría y que algún día le ordenaría estar quieta bajo el estante de los libros. Ya estaba acostumbrada a largos períodos de quietud. Cada vez más largos. Pero no tanto como en esta ocasión. Tardaba ya mucho en volver por ella, pero no perdía la esperanza. Lo que no le gustaba era mirar la habitación. Estaba demasiado vacía. Y había demasiado polvo. Y no podía sacudir su sombrero ni su falda para estar aseada allí, sobre el alféizar de la ventana, cuando ella volviera.
La muñeca no sabe que nunca volverán por ella ni nunca le sacudirán su falda para quitarle el polvo...

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