lunes, 7 de julio de 2008

Sal o pimienta



Verdades que hay que atreverse a decir


Los melindres y las contemplaciones que, en España, algunos muestran con los foráneos que vienen a mejorar su calidad de vida a nuestro país -como si fueran enfermos a los que hay que curar con cariño- puede conducirnos, en el mejor de los casos, a que tengamos que renunciar a muchas de nuestras costumbres porque ellos nos pueden haber impuesto las suyas. Pero el miedo a parecer intransigente nos hace callarnos demasiadas veces. Por eso hay que difundir el valor y los argumentos cargados de razón de quienes no tienen miedo a llamar al pan pan y al vino, vino. Por ejemplo Carlos Herrera. Por su interés, reproducimos aquí uno de sus artículos de la prensa diaria:

Arenas movedizas, por Carlos Herrera
La alberca del moro.
"Un grupo, -ignoro si muy nutrido- de musulmanes residentes en comarcas leridanas como Segarra o Urgell y, al parecer, también en la propia capital, se han dirigido a sus respectivos ayuntamientos para exigir que las piscinas municipales segreguen debidamente a hombres y mujeres o para que, al menos, exista un horario especial mediante el cual las mujeres musulmanas, las suyas, puedan bañarse al abrigo de miradas de hombre alguno, musulmán o no. Ante este mensaje medieval, coherente al fin y al cabo con el islam teórico y con sus prácticas sociales en los países en los que impera, algunos alcaldes se han adelantado a responder muy educadamente que no es posible ya que la Constitución no permite ese tipo de segregaciones y que lo más que pueden hacer es limitar esa separación a los vestuarios. El de Cervera, localidad en la que se escenifica la Pasión de Cristo cuando llega la Cuaresma en el espectacular teatro que construyó el propio patronato y que sigue siendo un modelo de buen trabajo y de mejor tradición, fue el primero en decir que no, que muchas gracias por la sugerencia (si puede, por cierto, no descuiden conocer este pueblo, su universidad, sus murallas, la Paería, la iglesia de San Antonio, merecen una visita: gente buena y 'ferma' como su tierra). Inmediatamente algunos malpensados han comenzado a elucubrar lo que ocurriría si algún día un musulmán obtuviera una alcaldía en las comarcas del Segre: a no ser que lo impidieran determinados resortes legales, nos tendríamos que tragar dobladas sus pretensiones. ¿Es ese un escenario posible?. Gran pregunta sin repuesta clara y determinante.

A tenor de la alianza de civilizaciones que, por lo visto, tendremos que tejer con elementos de este jaez, valdría aventurar que el envalentonamiento y descaro con el que plantean reivindicaciones, que ni por asomo contemplarían a la inversa en sus lugares de origen, viene consentido de largo por la actitud tolerante de muchos partidarios del multiculturalismo. Efectivamente, desde la descerebrada y anacrónica exigencia de estos colectivos de musulmanes, ninguno de los severos líderes sociales que tanto velan por laicismos militantes y otras muestras de anticatolicismo, ninguno, ha abierto su boquita de piñón. Supuse, desde mi ignorancia definitiva, que un alud de asociaciones feministas saltaría de sus asientos de milimétricas observadoras del match diario que juegan hombres y mujeres en la sociedad para ensordecernos a todos con su protesta firme y tajante. Pues menudo chasco. Ni una. Pero es que ni una. Ninguna de estas valerosas gudaris de la igualdad ha mostrado su solidaridad con las mujeres musulmanas que tienen que bañarse con hábito y a las que pretenden encerrar en una alberca solitaria para que remojen sus carnes al atardecer. Son culturas con tinte atávico que irán transformándose a medida que convivan con la realidad de occidente, piensa. O deben pensar. ¡Y una mierda!. Más tiempo llevan en Francia y la imposición del velo sigue sin resolverse a pesar de la determinación inapelable del Estado francés. Cuando los colectivos musulmanes exigen que, por ejemplo, no se les pueda practicar cacheos corporales, que se retoquen leyes del ruido para poder expandir el llamamiento a la oración en barrios enteros, que se creen tribunales especiales y voluntarios para juzgarlos según la arcaica Shariah de la que tenemos alguna noticia ya, o crear un criterio 'Rushdie' de la justicia y poder actuar enérgicamente contra los que critican el islam -por ejemplo, este artículo- están soliviantando la progresión hacia la justicia y la igualdad que emprendió Occidente cientos de años atrás. Si no se es tajante en la defensa de esos valores y se juega con gilipolleces de alianzas de multiculturalismos, de tolerancias, de talantes y de legislaciones especiales en función de cómo se inclina uno al rezar, estamos perdidos.

Así que espabilen todos esos vigorosos custodios del laicismo. Tienen una oportunidad magnífica para elevar su protesta por las pretensiones de este puñado de majaretas residentes en Lérida. Demuestren su valentía y su celo. A ver si hay cojones, que aún no han dicho ni esta boca es mía.
Y, si no, ya sabemos. A bañarnos con turbante todos."


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