viernes, 31 de octubre de 2008

Historias del bandolero


La sabiduría de la edad

El anciano del pueblo me dijo que nunca más volvería a un hospital. Ni aunque se estuviera muriendo. Había estado internado largo tiempo, porque el corazón le estaba fallando y necesitaba un parche en la máquina del cuerpo. Me dijo que le habían tratado como a un niño. O como a un loco.
Había sido catedrático de Antropología y Sociología y decano de una facultad donde en el Mievo decían que se había instalado el saber. Pero en el hospital sólo había sido un viejo enfermo a quien los jóvenes sanos trataron como a un cachorro.
Me dolió el relato del viejo catedrático y se lo conté, con ese dolor, al bandido.
--Es que en la sociedad de hoy, en la que tú vives, no sabéis respetar a los ancianos... En mi época eran ellos los patriarcas y los demás les debíamos obediencia. Que sabe más el diablo por viejo que por diablo...
Sabrá mucho, pero el saber no pesa y los años sí. Me duele que en el autobús nadie ceda su asiento a un anciano, que pocos se levantan de su silla en el ambulatorio para cedérsela a una anciana que apenas puede andar. Y que nadie, nadie, pide consejo a un anciano hoy y hace una mueca despectiva si el añoso se lo da sin haberselo pedido.
El bandolero me escuchaba masticando "palolú" y exprimiendo su jugo al regaliz. Y dejó de mascar para hacerme una pregunta:
-- ¿En tu madurez, tú les pediste consejo alguna vez a tus padres?.
Le dije que sí. Que lo hice con frecuencia. Y que ellos siempre me dieron su opinión sensata y al día. Y que me sentí muy unida a ellos cuanto más años cumplía. Debía de ser el lazo con la infancia que se reforzaba con la edad. Y le conté el dolor inmenso que sentí cuando les cerré los ojos al final de su vida que me ha dejado una cicatriz que se abre de vez en cuando y nunca, nunca cicatriza. Dejó de mascar el regaliz y miró al horizonte.
-- Mejor que esas heridas no cicatricen nunca. Ese será el recuerdo -doloroso pero recuerdo- que nunca se borrará...Los ancianos son la sabiduría y el conocimiento. Pobre desgraciado el que los ignora...

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