LA JUBILACION
Relegado en su trabajo, ha pasado a la categoría de los desechables por caducidad. Los profesionales también caducan como los yogures.
Es consciente de que ya no aceptarán ninguna propuesta o proyecto que el presente, porque se ha convertido en invisible para todos. Sobre todo para sus propios compañeros, más jóvenes, que buscan más espacio, más tareas lucidas, y que sólo le dejan la honrosa salida de embarcarse voluntariamente en la nave que le ha de llevar lejos de su vida laboral, de su mundo de estadísticas, cuadernos, papel y pluma; de los teléfonos que sustituyeron, en su día, a la cartas, y luego a los télex y, finalmente a los faxes. De los móviles que en una década se han hecho con todo, volviéndose imprescindibles.
Incómodo y fuera de lugar, espera la llegada del tren que ya tarda, y se consume esperando, en su mesa porque no quiere hacerse visible ante los ciegos. Sólo cabe ya recordar sus triunfos y fracasos, en silencio, como un último examen de conciencia lento y sin prisa. Se ha hecho el propósito de no limitar, a partir de ahora, sus proyectos y los de su mujer, ahora que ya no tienen dependencias laborales, pero los que haga los hará a corto plazo. Es un sesentón jubilado, pre o post. Da igual el prefijo. camina hacia el final.
Los hay menos afortunados, lo reconoce. Los que no tienen pareja en quien refugiarse y llevan la soledad y la rutina cotidiana mucho peor que él. La caducidad por decreto se lleva peor cuando se está solo. Alguno ha decidido poner arma donde se debe poner alma. Y adelantar su caducidad decretada, porque se defenestró desde un 7º piso. Se volvió visible al menos unas horas. Las de su velatorio. Todo el mundo contempló su cadáver recompuesto y tuvo que dejar de ignorarlo por un día. Fue su última venganza.
Pero él no tiene esas ideas. Lo que quiere ahora es viajar despacio contemplando el paisaje, ir a lugares desconocidos si los achaques se lo permiten y darse el lujo de ver sitios que consideraba inalcanzables. O pasear con su mujer despacio por el parque donde nunca iba. O cuidar de su perro al que dedicó pocos mimos en su vida...
Mientras tanto, espera el tren de los sueños que le llevará al futuro, ahí mismo, dejando atrás su vida profesional donde tuvo que fichar hasta el último día, como un fantasma, en la cola de los invisibles. E invisible siguió, hasta el último día, en aquel rincón donde le habían colocado su mesa de cara a la pared...
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