jueves, 18 de octubre de 2007

Historias del bandolero

El olor de la lluvia

Llueve. Llueve al fin, la tierra reseca bebe ávidamente y las calles de la ciudad se limpian de contaminación. En el monte la lluvia es diferente. La humedad invade las cuevas y cala los huesos. La manta del bandolero se humedece, el pan se vuelve correoso y los botos duros y curtidos no calientan los pies. Pero nada de esto importa al bandido. Él cree que la lluvia es purificadora porque lava las piedras y los cuerpos, limpia las conciencias y disuelve las lágrimas al curioso impertinente...

Llueve. El paisaje cambia, hendido de verde, y se perfume con aroma de tierra mojada. A veces, satura e hincha los árboles y los arroyos se desbordan en torrentes. Entonces, el agua incontenida puede llevarse vidas y haciendas hasta más allá del horizonte.

Dice el bandolero que, a pesar de todo, el agua es buena, que tiene que llover y llover, porque el agua purifica mejor que el fuego y duele menos, hace crecer la hierba y reverdecer los olivos y los pinsapos. Y perfuma el monte. Luego el bandido mira la luna, observa los pájaros y huele los acebuches. Y, al final, lo digiere todo y sentencia...
- Mañana llueve otra vez...
Y se sube a lo alto de la cueva con su manta y su alforja y se hace una alfombra de papel viejo. Abre las aletas de la nariz para gozar el aroma de la tierra mojada...

El río se crece y pasa llevándose instantes de la vida que ya no volverán...
- Nunca es el mismo río. Y nosotros tampoco somos los mismos de un momento a otro. El agua que has visto mientras te hablo, no es la misma que ves ahora mismo cuando he dicho cuatro palabras más. Han transcurrido miles de gotas de agua y nosotros hemos vivido un instante más... El agua corre y corre... Sigue lloviendo y nosotros somos un poco más viejos que antes..

Como la tierra misma. Como el universo...

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