martes, 5 de febrero de 2008

Historias del bandolero

- No la cortes. Déjala vivir...

El bandolero frenó mi mano, a punto de cortar la flor. Le dije que no hay nada tan hermoso como una flor, que nos regala su aroma y sus colores.

- Entonces, ¿por qué la matas?.
- Yo no mato flores... Son insensibles y están ahí para nosotros.
- Eso es lo que tú te crees. Todo, en la naturaleza, siente y padece...

Me llevó a lo alto de la colina mientras atardecía y me obligó a observar el horizonte girándome 180º... Los pájaros empezaban a esconderse entre las ramas de los árboles y los jabalíes se ocultaban entre la maleza del pinsapar. Las agujas de los pinos brillaban a la luz del ocaso encendiéndose como agujas incandescentes.

- Cuando talas un árbol añejo es como si cortaras la circulación de la Historia, como si amputaras una parte, un miembro, del Universo en el que vivimos. Si ese árbol ha estado ahí doscientos años, ¿quién eres tú para quitarlo de ahí, para interrumpir su conexión con la tierra y con el cielo, para que no siga viviendo ahí donde lo plantaron?.

Insistió en que todavía no hemos aprendido hasta qué punto dependemos de la Naturaleza, de los árboles, de las plantas, de los ríos, de los montes, de la tierra... Por el momento, sólo llegamos a comprenderlo al final de la vida, cuando estamos a punto de volver a convertirnos en abono de la Madre Tierra. Se alejó y volvió poco después con una gran mata de arrayán, arrastrando sus raíces.

- Toma plántalo en una maceta. Así lo tendrás vivo y verde siempre y te regalará su aroma. Si hubieras cortado su flor, sólo tendrías de adorno un cadáver iniciando el proceso de descomposición...

Me llevé el arrayán a casa y lo planté en una gran maceta junto al balcón. Y no le he dicho a nadie que los mirtos sonríen cuando los riego y perfuman mis manos sin tocarlos. Me tomarían por loca...

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