miércoles, 12 de marzo de 2008

Historias del bandolero

Noche mágica.

Hay momentos en que me pregunto cuándo empezó todo. Cuándo y cómo le conocí. Nunca he sabido si era un vampiro o un fantasma producto de mi imaginación... Recuerdo que una tarde de tertulia en el pueblo, me dijeron que, hace muchos, un bandolero había sido abatido a la entrada de la Cueva de los Lobos, por los fusileros del Rey. Me intrigó la historia y me cautivó aquel paisaje que cobijó tanto tiempo a un bandido legendario.... Me fui a la gruta con tienda de campaña, saco de dormir y lámpara de gas.

Fue una noche mágica. No sé cómo decirlo. Porque después de mucho mirar las estrellas y las sombras negras que jugaban con la noche, él se materializó. No me chupó la sangre ni mis ojos vieron visiones imposibles. No. Era de carne y hueso.

Él estaba allí y, en mi silencio, sólo supo sonreir antres de encender una tagarnina. Luego se sentó sobre una piedra y me invitó a imitarle dando una palmada sobre la piedra. Lo hice. Me senté cerca de él. Lo suficiente como para contemplar sus rasgos. Y lo bastante lejos como para que no me alcanzara con su brazo. Tenía miedo de que su contacto fuera frío como el de la muerte o ardiente como el del infierno....
Acabamos los dos mirando el cierlo plomizo a la entrada de la cueva mientras él apuraba la colilla de su cigarro y yo arrancaba matojos alrededor de mis pies. Sólo me dijo una cosa aquella noche:
--No soy ningún fantasma ni chupo la sangre a nadie...
Volvió a sonreirme y se levantó de un salto estirandosus piernas y sin apoyas sus brazos. Se giró y se paró en seco al oir mi pregunta:
-- ¿Puedo volver de vez en cuando?...
Me dijo que sí con la cabeza. Tiró la colilla y la aplastó con su bota. Volvió a girarse y desapareció en la oscuridad de la cueva.
Corrí al coche a por la linterna. Y regresé a la caverna para adentrarme en su busca... Pero horas después, perdida en las entrañas de la tierra, me asusté y busqué la salida con agustia. Cuando me vi fuera, bajo la bóveda gris plomo de un cielo nublado, respiré hondo, apagué la lámpara y corté una rama pegajosa de jara floreada. La dejé adherida sobre la piedra donde se había sentado y me fui.
Tengo la sensación de haber encontrado un amigo, en un viaje al tiempo.

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