Más de lo que necesitamos
Era el hombre más fuerte que yo había conocido. Era un hombre atractivo, prometedor, con experiencia a pesar de su juventud, alegre y perspicaz. Luego cambió. Me sentí algo defraudada. Se lo conté al bandolero una noche de depresión. Y él me disparó su filosofía parda de años.
-- Pones demasiada ilusión en todo. Demasiado entusiasmo... Por eso te estrellas.
Sintió mi mirada taladrante, desvió la suya y entonces yo me sentí idiota... Pero cortó de repente esa sensación.
-- Cada uno es como es. Sólo hay que aprender a aceptar a los demás como son, sin intentar cambiarlos... Si lo consigues, puedes tener una buena cohorte social...
Le dije que yo no quería ninguna cohorte, sino tan sólo una compañía para mis momentos de soledad, una pasión cuando el sexo añoso pida compensación o pida solamente una muestra de vida para comprobar que aún no se está muerto. Y nada más...
-- Pues entonces no te quejes con lo que tienes ni pidas más... Es suficiente... Y mírate. Tienes. Que ya es mucho para quien no posee nada de nada, ni siquiera sensibilidad...
Miré mi entorno, revisé lo que tenía: un oído para escuchar a veces lo que pienso en voz alta, un hombro donde apoyar mi cabeza, una persona que me discutía, me elogiaba y me regañaba, que me daba su opinión y que me llamaba gilipollas cuando lo era. Así me di cuenta de que tenía mucho más de lo que se necesita y mucho más de lo que otros tienen. Y de que no tenía derecho a quejarme. El bandolero, a veces, ve cosas que yo no veo, o , acaso, las ve antes de que las perciba yo misma.
Cuando llegué a casa tenía sobre mi mesilla una rosa roja en un vaso con agua... ¡Qué raro!. El bandolero nunca sale de la serranía.... Y al dueño del hombro donde apoyo mi cabeza no le gusta regalar flores cortadas...
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