sábado, 27 de septiembre de 2008

Historias del bandolero


Gravosa gratitud



Al bandolero no le gusta ayudar a los demás. Dice que eso esclaviza alos demás a nuestra propia generosidad. Que cuando ayudamos a otro, le obligamos a dar las gracias o, de no darlas, a conservar siempre un odio en su interior. No entendí lo del odio...


-- Mira cuando ayudar a alguien, se abren dos caminos: el que levará al necesitado a estar agradecido, esclavizado a tu generosidad, o el que lo llevará a odiarte por su flaqueza y su obligación a aceptar tu ayuda... Y ninguno de los dos es buen camino para tu futuro y para el de él.


Recordé la fábula de "El crisantemo y la espada" de Ruth Benedict, en la que un japonés temía ayudar a otro porque, de hacerlo, le imponía una deuda de gratitud que podría resultar gravosa...


-- Ayudar es, en cierto modo, esclavizar a quien ayudas a provocarlo un odio cuando descubre su carencia, su debilidad, su posición de inferioridad... Y su obligación a aceptar tu dádiva, tu regalo... ¿Lo entiendes ahora?.


Muy bien. Pero me niego a aceptar esa teoría. La solidaridad dejaría de existir. El amor fraternal también. Y los hijos acabarían odiando a sus padres por la mera y necesaria dependencia de ellos en su infancia. Se lo recordé al bandido.


-- En tu sociedad, es posible que hayan cambiado algo las cosas. En la sociedad que yo viví la miseria humana era más evidente.


Pero no es una cuestión de miseria. Es más bien una cuestión de limpieza de espíritu, de saneamiento del alma y de la conciencia.


-- Cuando hay hambre, amiga, no se siente la conciencia. Sólo el dolor que te muerde el estómago.


Le pregunté si alguna vez le había mordido el hambre de verdad y me dijo que sí. Luego recordó que, en alguno de esos momentos, alguien palió su dolor con un mendrugo de pan duro. Y se quedó callado. Creo que entendió, de repente, la solidaridad, la fraternidad. Y le conté la fábula del crisantemo y la espada. Al cabo me preguntó:


-- Y a tí ¿no te pesa llevar encima esas deudas de gratitud?.


A veces sí pesan. Pero sólo cuando se siente la soledad como un dolor, y no como una necesidad, se olvida el sobrepeso y se supera el mal rato. Siempre es necesario, en esos momento, tener esas deudas impagables. Porque son señal de que seguimos siendo uno entre tantos y no vivimos en una eterna soledad cósmica.


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