domingo, 16 de noviembre de 2008

Sal o pimienta


¿Velo, costumbre o religiosidad?

Seguimos a vueltas con el hijab islámico, el velo con que las mujeres musulmanas cubren sus cabellos completamente, dejando tan sólo la cara al descubierto. En España los hombres árabes pueden vestir a la moda occidental. Sus mujeres, no. La autoridad machista en casa sigue imponiéndose en un país que, constitucionalmente, reconoce la libertad y la igualdad para ambos sexos. Libertad de vestimenta, de comportamiento, sexual o religiosa. E igualdad de trabajo, de salario y de comportamiento social.
El velo no nos molesta a los españoles. Si una joven árabe quiere cubrirse la cabeza con el velo todo el día, incluso en su puesto de trabajo,es como si una joven española quiere tener la bufanda puesta todo el día. Pero el hijab también tiene el significado de un sometimiento de la mujer a la autoridad del hombre, la sumisión ancestral que lleva a la mujer a desear utilizar el pañuelo para que así el hombre la considere más honesta o femenina. Si no, puede ser acusada de impura. Allá la mujer islámica y sus preferencias.
Pero lo más nos molesta es la imposición de las costumbres foráneas. La exigencia de estos inmigrantes -la mayoría bien integrados en la sociedad española- en que el país de acogida les proporcione todo aquello de que disponen en sus países, y, sobre todo, les facilite sus prácticas religiosas y sociales y, por ende, les construyan sus templos además de respetarles sus costumbres, sean constitucionales en España o no. (Recordemos la ablación que aún se practica a escondidas en nuestro país).
Nuestro quijotismo nos lleva a decir sí a todo, por miedo a que se nos considere racistas e intolerantes. Vestigios de la Inquisición... Y los "papeles para todos" los pobrecitos que entraban en España han creado un problema. Y Europa nos ha tirado de la oreja. Porque para todo somos europeos, menos para aplicar la lógica en este asunto. En el resto de Europa el inmigrante que llega a un país y es acogido, debe respetar las costumbres, la constitución y las tradiciones del país de acogida. Y, por supuesto, ni se atreve a imponer las suyas porque no todas las prácticas culturales o sociales tienen que ser respetadas y menos por imposición.
Buena se hubiera armado si los españoles que emigraron a Alemania en los años 50 hubieran querido imponer allí el botijo y la siesta...

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