lunes, 15 de diciembre de 2008

Historias del bandolero


Condicion maternal

Los hijos siempre te piden ayuda. Suele ser cuando ha pasado el tiempo en que estabas preparado para dársela y nunca te la pidieron. Suele ocurrir cuando, precisamente, ya no estás preparado, en alerta para cualquier emergencia o dentro de una red profesional que puede facilitarte las cosas... Suele ocurrir la mayoría de las veces a destiempo...
Y te sientes impotente creyéndote incapaz de darles ese apoyo que piden. Empiezas a moverte como si tuvieras quince años menos y a comportarte como tu madre en aquellas actitudes que siempre odiaste. Te rebelas contigo misma. Te sientes inútil, ignorante, como si estuvieras fracasando en tu papel de madre o padre... Te sientes imbécil, como un viejo prematuro, al lado de la juventud insultante de ellos y de su pose de suficiencia.
El bandolero no entiende de paternidad. Pero a pesar de eso yo me desahogué con él una noche estrellada a la puerta de su cueva. Sólo necesitaba que me escuchase. Pero también en este terreno tiene su propia filosofía.

-- No te dejes amilanar, no te deprimas. Dicen que los hijos, cuando crecen, son como buitres, a la espera de lo que pueden sacarte...

No. Me negué a ver a mis hijos como buitres, esperando su ración de carroña para poner luego distancia conmigo.

-- No, no soy carroña de buitres... Todavía.
-- No, pero lo serás tarde o temprano. Como todos.

Entretanto, intenté echar una mano a mi hija. Removí viejos teléfonos, recuperé antiguas amistades, di palmaditas en la espalda que nunca había dado y procuré introducirla en mi ambiente, hostil para ella, a la búsqueda de un puesto de trabajo. El bandolero me inyectó serenidad cuando ya tenía los nervios a flor de piel.

-- No te preocupes. Siempre harás todo lo que puedas por ellos. Y siempre te sentirás culpable por no haber hecho más... Pero es la condición humana. Al final, el lazo que os mantiene unidos a todos seguirá firme y bien anudado aunque no puedas conseguirle ese trabajo.

La condición humana. Pero ¿qué sabrá el bandido de hijos y de la condición humana si vive como un eremita dentro de una covacha en medio del monte?. Nunca tuvo hijos, pero prefiero no hablar con él de este tema y seguir tomándomelo con calma. Mi hija, al pedirme ayuda en un momento difícil de su vida, me consideró su apoyo, su cómplice. Y, cuando encontró un puesto de trabajo, intenté seguir ayudándola: al menos creo que la convencí para que no cometiera los mismos errores profesionales que yo cometí en el pasado. De algo tiene que servir ser mayor que ella, aunque tenga que seguir aprendiendo a ser madre...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

lo de ser padre es difícil, y es verdad lo que dices de que cometemos los mismos errores que cuando éramos pequeños veíamos y detestábamos en nuestros padres, ya quisiera yo ser mejor

quince millones de besos

s

meg dijo...

Es inevitable. Yo ahora estoy cayendo en los mismos gestos o actitudes que yo odiaba ver en mi madre. Y además, nadie nos enseña a ser padres. Lo tenemos que aprender a golpes y durante toda la vida. Yo estoy aprendiendo ahora a ser madre de un adulto veinteañero.