miércoles, 10 de octubre de 2007

Historias del bandolero

Si en el principio fue el Verbo, al final habrá de ser el Silencio. Pero ¿dónde quedará el verbo de los libros?. ¿Se borrarán sus páginas?...

El bandolero apenas ha leído sino los bandos de la plaza pública, por los que le atraparon y le llevaron a una mohosa y fría celda alpujarreña. Una noche me pidió que le leyera un texto que había oído, que hablaba de "la Guardia Civil caminera, figuras de sombras siniestras vestidas con capas negras...". Sintió un escalofrío. Luego le leí aquello de "Mi infancia son recuerdos / de un patio de Sevilla"...

- Qué bien lo lees. Dichas así, las palabras parecen mágicas.

Intenté explicarle que la magia estaba en las palabras en sí, no en mi voz. Me dijo que no sabía leer bien y no sabía sacar el sonido a los libros. Le pregunté por qué le era tan necesario poner sonido a las palabras.

- Porque así no son estériles. Entran en mi pensamiento por los ojos y por los oídos. Y cuando se leen bien, suenan mucho mejor...

Pero para leer no hace falta poner sonido a las palabras. Cada una cobra en nuestra mente el sonido que queramos darle en cada momento. Acabé regalándole un libro. Me lo devolvió meses después con los bordes de las hojas rizados y un rictus amargo en sus labios. Me di cuenta de que le había prestado un libro siniestro.

- No quiero ser como este Pascual Duarte. Que el destino no hace apaños...
- ... y nadie se lo repare.

Me miró extrañado y le expliqué que había recitado una frase del "Martín Fierro", un bandolero de la Pampa, allá en la Tierra del Fuego. Y me devolvió otros libros que le había prestado, igual de arrugados en los bordes de las páginas.

- Ese Martín Fierro era sabio. Pero yo nunca tendría un burro como Platero ni plantaría un baobab en medio de mi cueva...

El bandolero se había sumergido al fin en el verbo de los libros. El tampoco supo contestarme cuando le pregunté qué pasará con ellos cuando el mundo se acabe...

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