lunes, 10 de diciembre de 2007

Historias del bandolero

Llegué ufana junto a él, hinchada por la vanidad de creerme alguien, poderosa, capaz de dirigir mi vida y hasta las de los demás... Estaba sentado a la puerta de su cueva, con sus rizos negros al viento y sus ojos clavados en el horizonte. No me contestó al saludo sino que me lo aplastó.

- Cierra la cola, que pareces un pavo real.
- Es que al fin he llegado a ser alguien en la vida.
- Ya eras alguien.
- Bueno, pues he llegado a ser algo importante.
- Lo importante es que sepas qué...

Algo se conmovió en mi interior. De repente me pareció como un Séneca impenetrable, machadiano y cínico. No quise contestarle. Pero yo seguía estando satisfecha de mi trabajo, de mi proceder honesto, de mi brillantez premiada con laureles profesionales. Como si me adivinara el pensamiento, me miró negando con la cabeza:

- Tu trabajo es bueno si los demás lo juzgan bueno, ¿no?. Y para conseguirlo te prostituyes adulterándolo, manipulándolo al gusto de los demás. Y tanto tiempo actuando así, que ya no te das cuenta de que no es eso lo que debías hacer... Y los laureles que te dan los demás te anestesian la conciencia... Y te surge la vanidad de presumir de algo que sólo tienes prestado. Pero no puedes tener el orgullo de poseerlo. El poder es pasajero, porque alguien más astuto o más sabio que tú te lo quitará. Y te quedarás con la incógnita de saber si lo ejerciste con justicia, con equidad... Eso te amargará la conciencia y te endurecerá el carácter... Y cuando te des cuenta, te justificarás diciendo que la experiencia te ha ido curtiendo por dentro... Embustes... Serán embustes que te contarás a tí misma pero no lograrás engañarte... Así que borra ya esa sonrisa vanidosa.

Aquella noche descubrí que el poder sólo se tiene cuando no se ejerce. Si hay que imponerlo, recordarlo, no se está ejerciendo bien. Y yo, en realidad, no podía ejercer TODO el poder, porque lo tenía limitado. Y sé que me lo pueden quitar cualquier día. En cuanto les falle la confianza en mí... Me volví para mirar por última vez al bandolero sentado a la puerta de la gruta, oteando el horizonte con el orgullo de sentirse el dueño de su invisible imperio. El nunca ha sentido lo que es la vanidad...

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