sábado, 22 de diciembre de 2007

Historias del bandolero

Hay que comer para vivir. Eso dice el bandolero en estos días festivos y yo estaba de acuerdo. Pero luego me parece que he cambiado de opinión. Todo empezó un día de lluvia mientras compartíamos dos rebanadas de pan tostado regadas con aceite de oliva de la almazara de abajo. Yo sentía que se vuelve hoy a las viejas costumbres en la mesa y en los fogones, rechazando dietas foráneas que no nos sirven a quienes vivimos al borde del mar caliente mediterráneo.

Unos días después le traje a la cueva una tortilla de patratas con pimientos asados en aliño. Mientras lo saboreábamos me hizo una advertencia.

- Hay que comer para vivir. Pero hay momentos como éste en que vale la pena vivir para comer...

Me di cuenta de que estaba entrando en el el juego del refinamiento, de la cultura que nació en el mismo momento en que el hombre descubrió la elaboración de los alimentos. Pero el bandolero sólo entiende de sentidos y no de filosofías...

Paseábamos días después por la orilla del río. Al llegar bajo el gran chopo me paró en seco, tomándome del brazo.

- Hay una bota de vino enfriándose en el agua y he ahumado tocino... A veces vale la pena darse un banquete así, ¿no?.

Pensé, mientras veía correr el agua, que el bandolero no podía ser mala gente cuando las personas comen según su alma. El alma del bandido era transparente y limpia como el vino y cálida como el pan tostado y saciante como un torrezno recién hecho...

Levantó la bota en un brindis al viento y bebimos a gargallo. Luego, acordamos que, de vez en cuando, compartíríamos un tasajo como amigos. A veces con ese tasajo se puede llegar a compartir la soledad... Digo yo. Pero me parece que él no está muy de acuerdo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

la soledad en compañía da mucho juego, y a veces:

amor

:-)

meg dijo...

Pwero sólo la soledad deseada, Amor. No la obligada.