domingo, 10 de febrero de 2008

Historias desde el mirador

Me dijiste que siempre me toca bailar con la más fea. y me acariciaste la cara. Intentabas respirar con la mascarilla del oxígeno que te enloquecía cuando subían la intensidad. Mirabas al techo y al final cerrabas los ojos para intentar dormir. No podías. El oxígeno no te dejaba.

Así estabas cuando te enteraste de que ella había muerto. De que no habías estado a su lado como le prometiste. De que no habías podido rezar en ese momento junto a ella. Yo sé que aquella desesperación no era el mal del oxígeno. Era otra cosa. Tú lo dijiste por lo bajini, y nadie te oyó: "La enterrasteis, hala, y yo no estuve. Ni un padrenuestro siquiera he podido rezarle"...

Luego perdiste el conocimiento y ya no pude seguir hablando contigo. Pero seguía conteniéndome las lágrimas por la muerte de ella, no fuera que pudieras escucharme. Dicen que el oído es el ultimo sentido que se pierde. Y debe ser verdad. Porque ella agonizaba aguantando el deterioro de la materia orgánica con un hilo de vida que sólo ella sabía de dónde sacaba, cuando yo acerqué mis labios a su oído y le dije que no ibas a ir, que no te esperara. Entonces dejó de respirar y se fue sin más.

Habían pasado cinco días. Y en tu habitación se acomodó ella esperándote. La cama de al lado se hundía en el borde, que yo lo vi. Y cuando llegó el fin, abriste mucho los ojos, casi desorbitándolos, y miraste muy fijamente algo en el techo. Luego los cerraste y abriste la boca. Y por ahí se escapó tu último suspiro, que era el alma. La ví, te lo aseguro. No era un suspiro, no. Miré hacia arriba y no os ví, pero estaba segura de que íbais los dos de la mano, sonriendo y mirándoos, hacia no sé dónde.

Y con vuestra convivencia más allá de la vida empezó mi soledad de huérfana.

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