martes, 19 de febrero de 2008

Sal o pimienta

Los mayores de 65 años en España que quieran vivir en una residencia no lo tienen fácil. Sólo el uno por ciento consiguen plaza en una residencia pública. En las privadas resulta algo más fácil, pero con un coste desmesurado en sus tarifas. Son estudios hechos por los gobiernos autonómicos de cara a sus propias estadísticas y a sus presupuestos. Pero nadie ha hecho un estudio sobre las preferencias de los mayores de 65 años y sobre las necesidades de sus familiares. A veces los ancianos tienen que ser ingresados bajo engaño, generalmente con ayuda de la propia residencia, asegurándoles que están en una clínica privada mientras dure la convalecencia. Porque la mayoría siguen asociando las residencias para mayores con los antiguos asilos 'de viejos' de la España de antaño.

Hay familias que se empeñan en que sus ancianos terminen sus días en su casa. Hay otros que no pueden soportar esa carga y buscan la solución de la residencia. Cuando no está justificado su internamiento algunos buscan pretextos: aseguran que no tienen sitio, que resulta caro para su economìa, que hay hermanos con más espacio y más holgura económica, que mejor lo cuidan las hijas que los hijos... Los viejos siempre molestan.

Pero los que hemos tenido a los 'viejos' en casa hasta sus últimos días sabemos el trabajo y el esfuerzo que exigen, sobre todo cuando no se pueden valer por sí mismos. Hoy, en los pisos actuales, los ancianos sobran. Mejor dicho, no caben. Y en la sociedad de hoy, los ancianos no pueden ser cuidados con mimo ni con dedicación. La hija trabaja fuera de casa, el yerno también y los chicos van al colegio y luego a las clases alternativas. Nadie puede estár pendiente de él durante la jornada laboral. Un cuidador sale muy caro. Tanto como la residencia. Y no puede darle la atención constante que procuran en los centros de mayores. El problema, al final, es ponerse a la cola para conseguir una plaza en alguna de las residencias de la Comunidad autónoma.

Pero luego viene el otro problema. Decírselo al anciano. Generalmente, el momento es trágico porque no hay manera de convencerle de que su ingreso en una residencia no es un abandono, sino la procura de un confort y unos cuidados que en casa no puede tener. Y entonces se urde el engaño. ¿Ético?. ¿Moral?. ¿Legítimo?. ¿Reprobable?. Sólo lo saben los que atraviesan por esta situación. Nadie puede erigirse en juez de la situación, porque nadie sabe lo que sufren también muchos familiares de estos ancianos cuando no les pueden dedicar todo el tiempo que exigen. El problema es de mentalidad. Para los ancianos es tarde para cambiarla y pensar que hoy no hay asilos. Para los hijos es insoportable la situación y la sensación de culpabilidad. Quizá hagan falta más sicólogos y geriatras en la sociedad actual. Pero estudiar para atender a los viejos, puede ser labor ardua para una causa perdida. A fin de cuentas "nunca se logra salvar al paciente".

Hasta que desaparezca la generación actual de ancianos, el problema seguirá existiendo. Nosotros ya nos vamos mentalizando a que en una residencia se está mejor y más cómodo que en casa de la hija, donde el espacio es más limitado y siempre acabaremos siendo un estorbo. Y además, más vale irse familiarizando con el geriatra que ha de atendernos tarde o temprano.

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