domingo, 18 de mayo de 2008

Historias del bandolero


En tren hacia la magia

He pasado unos días lejos de él y ahora viajo en tren para verle. Al llegar a sus predios, los reclutas del vagón se han bajado, para llegar a Cerro Muriano. Mientras tanto, la magia del cine nos adormece a los demás viajeros desde una pequeña pantalla que cuelga del techo. Una caduca Bette Davis se convierte en bruja, desconcertando alegremente a pequeños y mayores... Se llama Amanda...
Al otro lado de las ventanillas, en el exterior, los olivos se suceden unos a otros en el paisaje enmarcado cuadricularmente. De repente Castilla ha desaparecido del escenario y el embrujo árabe de Andalucía pone lunares verduscos a la tierra ocre.

La bruja Amanda abrillanta gatos que vierten conjuros sobre los viajeros, trasladándolos en el tiempo y en el espacio, como en un viaje envuelto de soledad ansiada en unos y forzada en otros. Los olivos se convierten en retorcidos magos, en miles de Merlines. Y, de repente, Despeñaperros se asemeja a Klingsor y me siento, por unos instantes, un Lancelot despistado por montañas selenitas en busca de un Grial estelar, que sólo durará lo que dura un viaje en tren. Al otro lado de este Klingsor que en la vieja Al-Andalus llamaron Despeñaperros, esperan siempre agazapados los bandoleros de amplia capa, que a veces tapan a huríes raptadas a la tierra zíngara del otro lado del mundo, donde las hogueras mezclan la sangre de moros y cristianos. En el interior del vagón, Bette Davis sigue mostrando su digna decrepitud mientras el viajero apura su cerveza regresando del tiempo mágico de Camelot.

La bruja de la película se llamaba Amanda... Fuera, el Klingsor soñado se llamaba Despeñaperros, y el Lancelot imaginado se habría llamado Boabdil... Y quién sabe si, entre los farallones negruzcos de la Bética, no sigue escondido el Santo Grial guardado por bandoleros legendarios.

Tengo que preguntárselo al bandolero. A lo mejor él lo sabe...

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