jueves, 29 de mayo de 2008

Marujerías


Placeres olvidados

Recientemente me he visto practicando una actividad que había olvidado hace años. Una amiga me dejó a su hijo Oscar en casa para que lo cuidara mientras ella hacía unas gestiones urgentes. Y yo me ví, de repente, de canguro improvisado (antes los elegantes decían 'nurse') para un niño de cinco años. Y, de repente, el pánico a no saber entretenerlo.

Dudé entre las películas de Walt Disney que tengo en mi videoteca y que guardo por si algún día lejano tengo nietos, sin darme cuenta de que seguramente Disney les sonará a cursilería y antiguo. Pero ahí están. No tenía "legos" para sentarlo en la alfombra a construir torres.

Buscando en mis cajones recuperé algo totalmente olvidado desde hace años y que Dios sabe por qué no tiré a la basura en su momento: una caja de lápices de colores. Corrí por unos folios, coloqué sobre el parquet una carpeta grande y dura. Y le senté junto a mí.

¿Qué podíamos dibujar?. ¿Qué podía icentivarle a coger un lápiz y garabatear el papel?. Me fijé en mi derredor. Y empecé por lo más cercano. La mesa. Dibujé una mesa, y la coloreé de verde. "Así está más bonita. ¿a qué sí?". Y me animé viendo su cara de sorpresa y luego de alegría. Y me fue indicando de qué color quería que pintase la estantería, la silla, un árbol, la ventana y un coche... Luego lo intentó él. Le pedí cosas fáciles: un sol, una serpiente, un árbol, una casa... Y una tras otra fueron surgiendo las imágenes plasmadas en el papel mientras escogía con mucho cuidado y paciencia los colores que tenía en su cabeza. Mientras él perfilaba sus casitas y sus personajes, yo empecé a bocetar un dibujo que siempre me hubiera gustado saber pintar: una mano. Como aquellas manos de Freixas que nos ponían como modelo en el colegio para que la dibujáramos a carboncillo. Y me salió. Por fin, al cabo de los años, me salió un dibujo aceptable de una mano, sueño imposible en mi adolescencia...

Él seguía dibujando mesas y casitas, con formas distintas y colores imposibles. Y acabó satisfecho por hacer podido cambiar las cosas una vez en su vida. Y pintarlas de colores en lugar de aceptar sus tonos marrones, ocres, grises. El naranja, el amarillo, el rosa, el azul, el rojo, el morado, el verde, el granate, el malva.... Todos los colores del arco iris estaban allí en el papel, dando luz y vida a aquellos objetos pintados con mano indecisa. En algunas hojas sólo había trazos gruesos y seguidos como pinceladas gruesas de un color determinado. Era feliz plasmando sólo el color en el papel.

Descubrí el poder de unos lápices de colores para llevar a un niño a un mundo de fantasía, donde se convierta en creador de formas y colores. Le he dicho a mi amiga que, por favor, me deje a Oscar más veces, que me ayuda mucho a regresar a la infancia un par de horas. Algo que debíamos hacer para recuperar la frescura y la fantasía de vez en cuando.

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