martes, 24 de junio de 2008

Sal o pimienta


A todos nos toca alguna vez...


- A las 7 de la mañana la esperamos...

Y tú: "¿Para qué tan pronto?". "Porque hay que hacer el ingreso y, luego, mientras le dan habitación y demás, ya sabe... Además seguramente la operan de las primeras."

Y tú te lo crees. Y la noche antes no duermes, para no dormirte a la hora de despertar. Y llegas a admisión, y te dicen que vale, que pases un momento a la sala de espera. Y pasas y está repleta de gente. Yo doy los buenos días. Otros que llegan después, no. Por fin: "Pase a Admisión". Paso. "¿Vd. es...?". "Sí, señorita". "¿Cuántos años tiene?". "Pues...". "Bien espere en la sala que vendrán a buscarla para ingresar". "Ah ¿es que todavía no he ingresado?"...

Por fin ingreso. Son las 8 y media. Obedezco la orden de desnudarme y quedarme sólo con una bata que fue verde antiguamente y a la que le falta una de las tiras para poder anudarla. La dejo suelta. Las vergüenzas hace ya tiempo que me las vio todo el mundo. Una mujer la pierde en cuanto entra en el ginecólogo. Eso que llevamos ganado cuando a ellos les toca la proctología...

Las diez y media de la mañana, hora clave. Entre dos me pasan a una camilla y me llevan de viaje por todo el hospital camino del quirófano. "¿Va bien, verdad?. Ya verá como todo acaba enseguida"... Yo voy fatal y aterrorizada, temblando de frío y de nervios. Luego viajo mucho más allá del quirófano gracias a la anestesia. Indeterminado tiempo después despiertas en la habitación, con tus propios alrededor. "Venga. Que ya ha pasado todo"... Y empiezas con las naúseas de la maldita anestesia, con el dolor postoperatorio, con la mala postura, con las vias intravenosas en ambas manos, con... Joéee, y había pasado todo.

Y a partir de ese momento empiezan las etapas del día de "dxc...", o sea de "dar por cu...". La primera empieza a las 6 de la mañana, con el termómetro, el antibiótico, el analgésico, la tensión... Eso se prolonga por espacio de unas tres horas, cada cuarenta minutos más o menos. Luego viene el 2º "dxc...": el lavado gatuno, el cambio de sábanas vuelta y vuelta, y, al fin, la limpieza de la habitación. Bueno, lo llamana así a un pasado de bayeta por media superficie de cada espacio (la otra media está ocupada con lo que hay en ella, que han corrido de lado), y una limpieza de baño que no es capaz de quitar un moco que había pegado de anteayer. Las toallas, por supuesto, se olvidan de cambiarlas a diario. Pero eso está en el aguante...

Y la 3ª "dxc..." es simultánea a todas pero la sientes más, porque la alimenta un personajito que ha hecho votos religiosos y que manda más que Millán Astray. Y en esta "dxc..." entra todo: la regañina por dormir de día, la regañina por no dormir de noche, la regañina por no comer, la regañina por comer, la regañina por no mear, la regañina por no aguantar la cuña...

Y, finalmente, algo de menor importancia en toda esta situación pero que tampoco deja de tener su aquél: la comida. En unos hospitales te dan de desayunar descafeinado con un chusco de pan sólo (sí, como en la mili), con dos galletas maría, con dos biscottes guardados en un papel de celofán, que nunca, nunca, nunca abrirás a la primera. Y te asustas porque ves que, de repente, tus manos han perdido fuerzas y vas camino de la parálisis)... En la comida, todos coinciden: puré de algo sin sal o consomé transparente o judías verdes cocidas (de las malas, de las "vainillas" que parecen el rabo de las judías verdes normales) y un filete de pollo a la plancha bien sequito o un trozo de pescadilla hervida. Ahora recurren también a los insulsos filetes de halibut que parecen mocos de morsa. De postre, una manzana infalible... o una naranja, que es más antipática porque así te pones pingando de zumo para pelarla y luego echas el bofe para ir a lavarte las manos. No hay otra fruta en los hospitales. Todo se repite en la cena, aunque puede haber una tortilla reseca y saladísima de vez en cuando en lugar del pollo amojamado. Y si eres de los desgraciados hipertensos, lo lamentarás de por vida. Más que nada porque no podrás olvidarlo.

Y, conforme pasan los segundos, las horas, los días, empiezas a ver cada vez más lejano el momento de volver a casa. Cuando recibes en tus manos el papel del alta, no te lo crees. Lo relees para convencerte. Y, una hora después, al fin entras en casa donde la gata ni te mira. Ríes a jadeítos, como los locos, mirando tu espacio recuperado después de cinco largos días de ausencia. Eso sí, los planetas han mantenido el orden cósmico del Universo.

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